Para muchos espectadores de la película El renacido, que le representó el primer Óscar a Leonardo DiCaprio, el segundo consecutivo para el director Alejandro G. Iñárritu y el tercero en línea para el director de fotografía Emmanuel Lubezki, la historia resultó literalmente fantástica. No les pareció creíble que el protagonista sobreviviera al ataque de una enorme osa grizzly, no pensaron verosímil que se hubiera curado ni que arrastrándose en una topografía desafiante llegara con vida al Fuerte Kiowa, a 320 kilómetros de donde fue abandonado. Cualquiera hubiera apostado por su muerte.
Pero el relato se basa en la vida real. Hugh Glass, de ascendencia irlandesa y escocesa, existió entre el siglo XVIII y XIX y desde 1823 trabajó en expediciones dedicadas al comercio de pieles. A grandes rasgos, la película se basa en la novela El renacido de Michael Punke, pero incluye algunos detalles que le dan un giro clave a la historia. No es un reto nuevo para los historiadores separar mito de realidad cuando asumen las producciones de Hollywood. En este caso, algunos aseguran que Punke e Iñárritu manipularon descaradamente la historia. Otros concuerdan, pero aseguran que la película vale la pena si bien toma elementos de distintas épocas y se ubica en geografías distintas. La historia tuvo lugar durante el verano en las praderas y valles de Montana, Dakota del Norte y del Sur, no en montañas gélidas.
Uno de los académicos que rescata la producción es Jon Coleman, profesor de Historia de la Universidad de Notre Dame. El autor de Here Lies Hugh Glass: A Mountain Man, a Bear and the Rise of the American Nation repasó para SEMANA lo que sus investigaciones arrojaron sobre el hombre y el mito. “Su primer registro histórico data de 1823 cuando firmó un contrato para trabajar en la compañía de pieles Rocky Mountain. De su vida antes de eso sabemos poco o nada, así que la historia sobre su esposa de la tribu pawnee es un invento”. Consecuentemente, el hijo de Glass en la película no existió, y, por consiguiente, nadie lo pudo matar.
Pero la historia sí respalda el crucial y brutal ataque animal. En una expedición que salió de Dakota del Sur, liderada por Andrew Henry, Glass se alejó del grupo en un arrebato de rebeldía y pagó caro. Cayó en las garras de una enorme y furiosa osa grizzly que merodeaba con dos cachorros. Casi muere en la ribera del río Mississippi en el verano de 1823. No existen recuentos visuales pero dos de sus compañeros describieron en cartas las impactantes heridas: hablaron de como la osa le abrió el cuello y la respiración salía por varios lados. Describen unos huesos al descubierto, la carne totalmente arrancada de sus caderas.
En ese agosto, sus colegas acordaron que no podían darse el lujo de perder ritmo cargándolo. Incentivaron con 80 dólares (suma enorme para ese entonces) a John Fitzgerald y a Jim Bridger para acompañarlo hasta el último respiro y darle sepultura. Pero Glass y su cuerpo no siguieron el plan. Vivió hasta que ambos hombres, temiendo por sus vidas y sintiendo el rezago con respecto a los otros expedicionarios, lo cubrieron con una piel y lo dejaron en una tumba improvisada. Robaron sus pertenencias y siguieron su camino. No hay manera de verificar que Glass haya creado una canoa para desplazarse por el río Missouri, pero hay registros de su llegada contra todo pronóstico al Fuerte Kiowa. Allá se recuperó, pero luego tuvo que moverse más para confrontar a los hombres que lo habían abandonado. En quizás la mayor diferencia entre la película y la ficción, Glass no mató a Fitzgerald y menos a Bridger. Fitzgerald sepultó el odio cuando le devolvió el fusil que le había robado. Glass murió diez años después, en 1833, a manos de la tribu de los arikara.
“La película retrata muy bien el sufrimiento de esos estadounidenses que apenas empezaban a desenvolverse en el comercio de pieles en el Oeste, un negocio que tenía como mínimo 100 años”, añade Coleman. Las tribus Arikara y Piesnegros se sentían amenazadas y querían eliminar a la competencia, mientras que los ‘blancos’ no tenían cómo proteger de los nativos a sus expediciones, ni cómo alimentar a sus hombres. Las escenas angustiantes que recrean en gran detalle esa descarnada lucha contra tribus de indios son reales.
Glass no era percibido como alguien ejemplar, si bien sí demostraba agilidad en las tareas que le encargaban. El hombre de hierro tenía su carácter, así lo prueban diarios de otros miembros de la expedición que lo describen como alguien desaliñado que detestaba recibir órdenes. “Sus empleadores buscaban ese tipo de hombre al que pudieran poner en peligro. Pasaban por encima de los protocolos del trueque indio contratando a forajidos como Glass para ir por las pieles en vez de negociarlas”, concluye el historiador.
No sorprende que alrededor de un hombre considerado un símbolo de la resistencia y de la persistencia se haya tejido un mito gigante. Sobre su pasado mucho se especula, y esa parte de la historia, inventada o no, también cautiva. Se dice que Glass nació en Filadelfia en 1783 y que muy joven decidió ser marino. Navegando cayó en manos del pirata franco-estadounidense Jean Lafitte, del cual se liberó aprovechando un descuido de la tripulación. Escapó junto a otro hombre, sortearon aguas turbulentas hasta tierra firme donde siguió el suplicio. Cayeron en manos de la tribu pawnee. Su compañero murió sacrificado por la tribu, quemado para obtener el buen favor de los dioses. Glass salvó su vida con una ofrenda improvisada y afortunada de polvo color bermellón. Se escabulló luego hasta llegar a San Luis, ciudad donde se concentraba la mayor parte del comercio de pieles. Firmó un contrato en San Luis y el resto es cuento.
Tomado de: http://www.semana.com/gente/articulo/el-renacido-el-verdadero-hugh-glass/464060
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